Día 18, Marzo 23

“Mujer, he ahí tu hijo…. He ahí tu madre. –Juan 19:26–27

Todo lo que yo tengo es tuyo, y todo lo que tú tienes es mío; y por medio de ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar por más tiempo en el mundo, pero ellos están todavía en el mundo, y yo vuelvo a ti. Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros. Juan 17:10–11

El cuadro que Jesús pinta en su oración al Padre es uno que muestra la unificación de los santos bajo una sola bandera, el nombre del Dios Altísimo. Una manera de describir esta unidad es como una unidad de visión y propósito. El mejor ejemplo de esto se ve en Hechos 2 y nuevamente en Hechos 4, donde todos los creyentes se unieron y compartieron todo lo que tenían entre sí para que a nadie faltara. Ellos adoraban juntos y crecían en número mientras los apóstoles predicaban la verdad radical del Jesús resucitado. Sin embargo, sólo tomó llegar hasta Hechos 5 para que se manifestaran entre ellos los primeros signos visibles de la naturaleza caída del hombre.

Ananías y Safira eran miembros de la comunidad que vieron que otros estaban vendiendo bienes para proveer para los necesitados y decidieron hacer lo mismo, pero en lugar de dar todo el dinero a los apóstoles para que los distribuyeran, se quedaron con algo para ellos mismos, pero mintiendo que lo habían regalado todo. Querían estar unidos con el resto de la iglesia, pero no estaban dispuestos a hacer el sacrificio completo. Puede ser fácil mirar el fracaso de las personas que componen la primera iglesia y perder la esperanza para nuestra situación actual. Los años intermedios entre entonces y ahora parecen haber añadido más a la disonancia. Sin embargo, cuando miramos adelante a la edad por venir, vemos una visión de “una multitud vasta, demasiado grande para contar, de cada nación y tribu, personas y lenguaje, de pie frente al trono y ante el Cordero”, adorando a Dios, juntos como uno (Apocalipsis 7:9).

Si debemos orar como Jesús instruyó—en la tierra, como en el cielo—debemos procurar la unidad de los santos aquí y ahora y no simplemente esperar a que llegue el fin. Pase tiempo en oración pidiendo a Dios que le revele si hay un segmento de su vida en el que su naturaleza caída se manifiesta más que el fruto del Espíritu; permita que Dios les muestre si hay algo en su corazón que le impide estar plenamente unidos a sus hermanos y hermanas en Cristo.

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