Día 20, Marzo 25

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” –Mark 15:34

Desde el mediodía y hasta la media tarde quedó toda la tierra en oscuridad.  A las tres de la tarde Jesús gritó a voz en cuello:—Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”) Marcos 15.33-34

El pasaje que cita Jesús en arameo viene del Salmo 22, uno de los más famosos salmos de lamento de David. En su comentario sobre el evangelio de Mateo, Craig S. Keener escribe que el grito de Jesús “sugiere que Él participó en nuestra alienación más extrema de Dios al experimentar el dolor de la muerte.” Fue en la cruz donde Jesús sintió el peso completo de la humanidad sobre sus hombros. Fue en ese momento cuando Jesús se sintió más lejos del Padre, el momento por el cual había orado en el jardín de Getsemaní que le causó tanta angustia que sudó sangre. Si alguien en la historia de la humanidad ha tenido motivo de lamentarse, es Él, el que fue colgado en una cruz.

Desesperarse implica sufrir sin fe y esperanza; lamentar, en cambio, es aferrarse a la fe en medio del sufrimiento. Cada lamentación es una oración que fluye de una fe profundamente enraizada, un anhelo por algo más allá de la circunstancia actual. La lamentación del Salmo 22 comienza con la frase “mi Dios, mi Dios,” lo cual indica que todavía hay confianza aun en medio del abandono. Hay mucho que lamentar en este mundo caído pero rara vez tomamos el tiempo para desahogarnos delante de Dios de tal manera. Toma tiempo para lamentar hoy, tomando en cuenta que cada lamentación incluye duelo sobre lo que es así también como esperanza sobre lo que será.

Print