Día 9, Marzo 14

“De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. –Lucas 23.43

De hecho, muy pronto se enteró de su llegada una mujer que tenía una niña poseída por un espíritu maligno, así que fue y se arrojó a sus pies. Esta mujer era extranjera, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara al demonio que tenía su hija.

—Deja que primero se sacien los hijos —replicó Jesús—, porque no está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros.

—Sí, Señor —respondió la mujer—, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan los hijos.

Jesús le dijo: —Por haberme respondido así, puedes irte tranquila; el demonio ha salido de tu hija. Marcos 7:25–29

Como personas, nos encanta organizar las cosas en categorías. Hacer esto nos ayuda a darle un poco de sentido al mundo que nos rodea. Una de las maneras en que hacemos esto es categorizando a las personas con las que interactuamos entre los que están dentro del círculo y fuera del círculo. No siempre hacemos esto para juzgarles o porque catalogamos un grupo mejor que el otro; sin embargo, este método de elegir con qué personas nos asociamos y procuramos más, inevitablemente nos conduce a considerar a algunas personas como mejores que otras.

En el contexto del judaísmo del primer siglo, la mujer sirofenicia no era parte de la muchedumbre. Era una mujer gentil que intentaba buscar el favor de Jesús, un rabino judío. Afortunadamente para ella y su hija—sin mencionar al resto de nosotros—Jesús vino para todo el mundo, no simplemente para su familia. Cuando llegó por primera vez a la escena, Juan el Bautista describió a Jesús como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Desde el principio, la nueva vida derivada de la Cruz y de la resurrección debía ser para toda la creación, no sólo para los judíos. Dicho de otra manera, los hijos de Abraham por la fe, superan con creces a los descendientes biológicos de Abraham. Hoy, en este momento, incluso, invite al Espíritu Santo a iluminar a aquellos a quienes previamente ha ignorado. En cooperación con el Espíritu, trabaje para ajustar la percepción que usted tiene de ellos con la manera en que Dios los ve.

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