“Tengo sed.” –Juan 19:28
Cuando María llegó adonde estaba Jesús y lo vio, se arrojó a sus pies y le dijo:
—Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús se turbó y se conmovió profundamente.
—¿Dónde lo han puesto? —preguntó.
—Ven a verlo, Señor —le respondieron.
Jesús lloró.
—¡Miren cuánto lo quería! —dijeron los judíos. Juan 11:32–36
Jesús no necesitaba dejar morir a Lázaro. No hay manera de saber con certeza cuán lejos estaban de Betania Jesús y sus discípulos cuando recibieron noticias de Lázaro, pero más de una vez Jesús había sanado desde una distancia de muchos kilómetros. No lo hizo en este caso para que la gloria de Dios pudiera ser revelada en él. No podía haber duda de que Lázaro estaba realmente muerto, así que cuando Jesús lo trajo de vuelta a la vida, sólo podía ser un signo de la venida del Reino de Dios.
Debido a que él es Dios, Jesús sabía que él podía, y levantaría, a Lázaro de entre los muertos. Sin embargo, debido a que él es hombre, él todavía lloró cuando vio a los demás llorar. A pesar de que él sabía el milagro que pronto iba a realizar, lloró sobre las circunstancias actuales de sus amigos. Jesús no sólo entiende nuestro dolor, se lamenta y llora con nosotros, aun cuando ve la restauración y la resurrección del otro lado del sufrimiento. Únete a Jesús hoy en dolor por alguna pérdida en tu vida: una muerte, la pérdida de una amistad, una oportunidad perdida, un mundo quebrantado. Permítale llevarlo más allá del dolor y hacia su plan de restauración.