“Mujer, he ahí tu hijo…. He ahí tu madre. –Juan 19:26–27
Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. Juan 19:25-27
El origen de la palabra excruciating en inglés (“dolor insoportable”) viene de la raíz latina crux como en cruz. La muerte por crucifixión es tan dolorosa que la palabra fue creada justamente para describir el nivel de ese tipo de dolor. En el caso de la crucifixión de Jesús se añade al nivel normal de dolor: ser azotado por un látigo con clavos de plomo, una corona de espinos enterrada en su cabeza y con heridas cubiertas por un manto que se abrían cada vez que éste se removía, así como la angustia mental de ser abandonado o traicionado por sus amigos más cercanos y la angustia espiritual de cargar con los pecados del mundo. A pesar de todo esto, Jesús no solamente estaba suficientemente consciente para reconocer a su madre y su amigo más cercano sino también tomó el tiempo de cuidarlos y les instruyó a cuidarse el uno al otro durante ese tiempo y en las semanas y años por venir.
Frecuentemente es más fácil entender una idea en lo abstracto que cuando es aplicada a una instancia específica. Un personaje de una famosa caricatura dijo: “Amo a la humanidad … pero no aguanto a la gente.” Ya que los seres humanos frecuentemente caemos presos a este mismo patrón de pensamiento, a veces atribuimos esta misma falla al Dios de la creación. Así que Dios no nos ama solamente en lo abstracto; Él nos conoce profunda e íntimamente y cuida de nosotros con una pasión mucho más grande de lo que podemos concebir. Alaba al Dios del universo que nos ama y nos cuida y ve hasta los detalles ordinarios y cotidianos de nuestra vida.