Día 3, Marzo 8

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” –Lucas 23:34

Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. Entonces le dijo Jesús a ella: —Tus pecados quedan perdonados. (Lucas 7:47-48 NVI)

Agustín, en sus Confesiones, expone las obras de su vida hasta el punto de confesar a Dios y al mundo los pecados que cometió contra Dios y el hombre. No se detiene ante nada, rebuscando aun cuando era todavía un bebé. “¿Quién puede recordarme el pecado que hice en mi infancia? Porque ante tus ojos nadie está limpio de pecado, ni siquiera el bebé cuya vida no es sino un día sobre la tierra.” Agustín entendió la naturaleza profunda, penetrante y horrible de su pecado, por lo que su autobiografía no es simplemente una confesión, sino un libro lleno de adoración para el Dios que perdona.

Como Agustín, la mujer que lavaba los pies de Jesús con perfume costoso, con sus lágrimas y con su cabello, comprendía la profunda deuda que había sido perdonada. Ella no enjugó a Jesús con adoración porque sus obras eran más perversas o más costosas que las de sus compañeros o las de Simón, el anfitrión a cuya cena ella se coló. Más bien ella, como Agustín, miró profundamente a su propio corazón para ver la oscuridad que estaba allí y reconoció que la única luz que podía penetrar tales tinieblas se encontraba en Jesús. Tome una página del libro de Agustín hoy escribiendo su confesión a Dios; termine esta vez siguiendo los pasos de la mujer de Lucas 7, bañando a Jesús con gratitud y afecto en reconocimiento de que ha sido perdonado.

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